Sube corriendo las escaleras, le parece el camino un rollo
de papel de cocina que corre y corre por el suelo mal nivelado. Reanuda la
carrera, con los brazos bambaleándole como si no le pertenecieren, totalmente
desatendidos chocan contra sus caderas, amorfos, parecen estirarse como un
muelle y volviendo sin gracia hasta la línea encogida de su cuerpo.
Corre envalentonado, con la ilusión del principio, apurando
las escaleras, dando saltitos cortos, subiendo los escalones de dos en dos. Haciendo fuerza con una mano sobre el pasamano, se olvida de los años y el
flato. Hasta que llega el tropiezo. Llega el tropiezo con las punteras de los
pies. El tropiezo del torpe le hace quedarse muy quieto, mirando hacia el
frente, tratando de hacer parar el vibrar de la cuerda del miedo. Desde ese
momento, sigue subiendo, aunque con la mirada estrujada. Con menos verano, con
sabiduría, conociendo la historia. Cree él. Esforzando sus piernecillas cortas
y flácidas, siente cómo le arden los gemelos, redonditos y llenos de grasa.
Gemelos de escolar crecido, que jugaba poco y mal, ruborizándose por disfrutar.
En la camiseta de algodón, de rayas finísimas, se va formando una mancha de
sudor. A veces, mientras camina tras ella, se le ocurre una de esas ocurrencias
tan suyas, pero se queda sin aire, y le sale un jadeo chirriante antes de la
primera palabra, que lo desanima y hace sentir ridículo.
Sigue subiendo, la lengua seca se le pega al paladar. Las
paredes de la garganta se comprimen, le parece que no puede respirar, aun así,
se esfuerza por seguir sonriendo, con sus dientecillos ribeteados de negro,
dientes de leche de fumador. Pequeñas gotas de sudor resbalan por su cabeza mal
afeitada, de la que crecen a ratos, calvicie y pelillos de ratón.
Está a punto de llegar al último piso, sólo un centímetro
separan sus nudillos del suelo. Ella, más ágil, tira del picaporte de la puerta, comprobando
que, efectivamente está cerrada.
¡Ves! Te lo dij… su mandíbula da contra el suelo. La
barbilla estalla y miles de gotitas rojas salpican el suelo. El sabor del
hierro le inunda la boca. Se toca la cabeza para ver si todo está en su sitio.
La sangre resbala lentamente, se desliza por las formas de su perfil.
¡Te lo dije!
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