Siesta (I)


La chica se levanta aturdida de la siesta; una siesta pesada y pegajosa. Una siesta como arena movediza, como haber viajado al cosmos y volver con un jetlag de un millón de años. Quiere. Necesita. Llegar hasta la cafetera. La cafetera está en la cocina. La cocina tras alguna de las puertas de ese inmenso pasillo.

Comienza a andar. Desorientada se choca contra las paredes, se hace algunos rasguños, casi imperceptibles. Entre la piel levantada asoman puntitos de sangre que mira aturdida, la carne comienza a palpitarle. Sigue andando y prueba con la primera puerta, la abre y en ella encuentra una familia a la mesa. Una familia de domingo, discutiendo, comiendo, escupiendo saliva y cachitos masticados de carne. Todo es normal; una familia alrededor de una mesa de familia, con sus platos de familia, sus líquidos de familia, sus reproches de familia. Es una familia moderna, una familia modelo. Una familia que se abraza en lo bueno y se abofetea en la adversidad. Una familia heterogénea; asoman por entre los candelabros, las fuentes y las copas de vino blanco: una cabeza de cabra, otra de buey, más allá una de zorra y una vieja oveja pelirroja ¡Ah! Y un pequeño colibrí que golpetea la cucharilla del postre contra los vasos. Y si levantas los flecos del mantel veras pezuñas y algunas patas escamadas; nada demasiado humano pero ¡Quién necesita humanidad sabiendo comer con cuatro tenedores!  Como decíamos, una familia progresista y libre-pensadora, que manda a sus hijos a la universidad y les enseña el camino adecuado para llegar a la muerte, sanos y salvos.