Ese es el nombre con el que se llaman así mismos los Transfronterizos.
Con la aprobación de nuevas, contradictorias e inexactas órdenes, han quedado
relegados a una suerte de cuarta clase, de casta de la que quedan pocos
recuerdos y los que quedan han sido alterados por miedos y creencias
supersticiosas.
Antaño eran viajeros; comerciaban, trabajaban de lo que iba
saliendo, buscavidas en resumen. Rompían sus identificaciones,
dejaban de relacionarse con las administraciones, caminaban en paralelo a la
burocracia: estaban dentro de las bases de datos, pero al no producir
absolutamente nada y no reclamarlo, sus nombres nunca eran cotejados. Permanecían invisibles, al margen de registros, deberes y obligaciones.
El estallido de la Burbuja de la Información convirtió los datos personales en una especia más con la que traficar, pervirtiendo su filosofía, impidiéndoles conservar su carácter etéreo de vagabundos por decisión propia. Con el endurecimiento de las leyes de trabajo y el cierre de muchas fronteras, persistir como Nuevo Migrante, sin reclamar y sin aceptar la subordinación al sistema se volvió casi imposible. Los gobiernos investigaban hasta el último detalle de su biografía. Yo misma fui expulsada durante años por no alcanzar el porcentaje de nacionalidad requerido. Fuimos expulsados muchos, quedando en una suerte de limbo de naciones; no nos aceptaban en ninguna parte, porque nuestros genes no eran de ninguna parte. Un conglomerado de naciones, aunque en la mayoría de los casos eso no definiera nuestras culturas, que habían conseguido evolucionar hacia una desnacionalización de la identidad. Fuimos obligados a vagar por las fronteras; éramos tantos que los límites empezaron a estar hiperpoblados.
El estallido de la Burbuja de la Información convirtió los datos personales en una especia más con la que traficar, pervirtiendo su filosofía, impidiéndoles conservar su carácter etéreo de vagabundos por decisión propia. Con el endurecimiento de las leyes de trabajo y el cierre de muchas fronteras, persistir como Nuevo Migrante, sin reclamar y sin aceptar la subordinación al sistema se volvió casi imposible. Los gobiernos investigaban hasta el último detalle de su biografía. Yo misma fui expulsada durante años por no alcanzar el porcentaje de nacionalidad requerido. Fuimos expulsados muchos, quedando en una suerte de limbo de naciones; no nos aceptaban en ninguna parte, porque nuestros genes no eran de ninguna parte. Un conglomerado de naciones, aunque en la mayoría de los casos eso no definiera nuestras culturas, que habían conseguido evolucionar hacia una desnacionalización de la identidad. Fuimos obligados a vagar por las fronteras; éramos tantos que los límites empezaron a estar hiperpoblados.
Como Balbina, elegí lugares rodeados de numerosas fronteras.
Lugares cuya cultura geográfica hubiese dado lugar a muchas y pequeñas
agrupaciones, eso me permitió saltar de una a otra cuando mi cara se volvía demasiado conocida. Las grandes ciudades no sirven, existen demasiados
controles para acceder a víveres y viviendas, se premia a los delatores de los
transfronterizos que se comportan como permanentes y las penas para los
infractores sólo eran de un tipo: escarnio y muerte. Así, en estos pequeños grupos, donde la subsistencia marca
la mayoría de las actividades, sobrevivir, incluso alcanzar cierta comodidad,
es considerablemente más fácil.
En cualquier caso, estas medidas acabaron fracasando. Lo que
esperaban sirviese para controlar la superpoblación y que los recursos se
distribuyesen mejor, sólo sirvió para desplazar el problema hacia otras zonas.
Alcanzar el porcentaje de nacionales absolutos resulta casi imposible. La
mayoría de la población ha acabado viviendo en un nomadismo obligado, viajando
arbitrariamente, mientras el exterior de las fronteras quedaba casi desértico.
Actualmente, los controles son más laxos, por eso he vuelto.
Pero después de tanto tiempo, es imposible dejar de ser un transfronterizo. Es
lo que le ocurre a Balbina; sentimos cómo algo corre detrás nuestra, a veces
incluso podemos escuchar su respiración atropellada, la quietud nos agarra por
la garganta, ahogándonos, la familiaridad nos incomoda y humilla, apenas
podemos interpretar los rostros que nos miran, hemos pasado demasiado tiempo
desconfiando y sólo somos capaces de ser nosotras mismas entre desconocidos.
M. irrumpió en la
cocina empujando un carro lleno de cacharros, chatarra y plásticos. Abrió la
nevera y cogió una lata de cerveza, abriéndola se sentó en el suelo: LA PUTA
CACATÚA. Abrió sus ojos aún redondos de lo joven que era, su cara de pan se
quedó blanca. ME CAGO EN SU MADRE. LA PUTA CACATÚA. VERDAD. No era capaz de
controlar su tono de voz por debajo del grito. MIRA LO QUE ME HIZO A MÍ. Se
levantó la camiseta, sujetaba con la boca un pico y con la mano libre tiraba de
la parte de atrás, no parecía un chico muy listo, al darse la vuelta les mostró
una espalda llena de muescas moradas y translúcidas. LA PUTA CACATÚA CON SUS
PUTAS GARRAS. LA HE INTENTADO ECHAR MIL VECES, PERO VUELVE A ENTRAR.
La chica dejó a
Balbina tumbada sobre uno de los colchones que tenían en la cocina y a M.
cagándose en la cacatúa. Al salir casi se choca contra Doc que le acarició la
barbilla y la besó en la frente rápidamente. Llevaba un par de puntos en la
suya, no pudo hacer otra cosa que alegrarse.
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