Siesta IV (Fin)

(Abre la puerta, esta vez se trata de una habitación pequeña, casi un cuarto de escobas, la base mucho más ancha que el techo, casi un azulejo, y en el centro, sentado sobre una silla de esparto trenzado un hombre de avanzada edad).

…levanto por la mañana cuando la única luz, se cuela fría, siseante y calculadora por la ventana, dibujando filos de cuchillos contra la tarima del suelo. Ya en la cocina, no reconozco el contorno de los objetos; las tazas parecen el ojo de un pozo, oscuro y profundo, pero al introducir el dedo pensando en agua estancada o fango o algas, quizás musgo, no hay nada. Claro, es una taza. (Ríe, pero la risa proviene de lejos y la chica se gira pensando que hay alguien detrás de ella). Acaricio despacio el mármol oscuro de la encimera, arrastrando los hexágonos de la piel de una serpiente hasta hacer un montoncito de purpurina verde-grisácea y soplarla contra la esfera blancuzca que se refleja en la ventana, entonces la bombilla estalla y la orquesta desde el palquito de madera, con tablas viejas comienza a tocar:

Juran que esa paloma 
No es otra cosa más que su alma 
Que todavía la espera 
A que regrese la desdichada 
Cucurrucucú 
paloma
Cucurrucucú
Cucurrucucú


Estira el brazo y la señala sin dejar de repetir: cucurrucucú. La chica, nerviosa, empieza a toser, justo cuando el pitido de la cafetera se escucha por toda la casa junto al fuz-fuz de las gotitas de café sobre la vitrocerámica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario