Esta vez, la tercera puerta es distinta, no tiene pomo, ni
relieves y tras ella se escucha un sonido hormigueante, del que no es capaz de
identificar su origen. La empuja y se resiste, como si algo hiciese contrapeso
desde el otro lado. Apoya sus dos brazos y parte de su cuerpo sobre ella,
empuja; empuja con el hombro,
flexionando las piernas, de espaldas, apoyando las manos sobre el tablero de madera.
Poco a poco la puerta comienza a ceder,
y en el ángulo que se va abriendo, se acumulan pequeñas dunas de arena.
Finalmente, consigue abrirla por completo. Una playa. Eso es
lo que se ve o lo que intuye, las dunas son tan altas, que es incapaz de ver
nada más, sin embargo, ahora el sonido del mar es inconfundible. Al principio camina
con dificultad, los granos de arena se cuelan entre sus dedos, cubriendo sus
pies a cada paso, obligándola a hacer fuerza en cada movimiento. Según avanza, la
arena comienza a hacerse más dura, puede encajar los montecitos de polvo en el
puente de sus pies, estrujarlos entre sus dedos. Sí, lo sabía, ahora ya puede
ver el mar. Se acerca; él a ella, ella a él.
El agua apenas se diferencia del fondo, entra en ella y
durante un minuto, los nervios y músculos se paralizan, su corazón deja de
latir, el vello se le eriza y un hormigueo recorre su espalda. Sigue caminando, y cuando el agua le llega por los
muslos, cuando ya casi puede tocar la superficie con la punta de los dedos, el
nivel del mar comienza a descender, quizás una elevación del terreno en ese
punto. Lo cierto, es que la cantidad de agua tan sólo es ahora, una pequeña
película sobre la arena del fondo. Se agacha y de rodillas, juega con el
líquido, pasa su palma lentamente sobre ella, como si fuese un cristal empañado.
Y de hecho, esa es la actitud del agua; como el vaho del cristal, va desapareciendo.
No se va hacia los lados para, posteriormente volver a su forma normal. No.
Desaparece y entre las piedrecillas del fondo asoma algo distinto, otra
textura. Sigue limpiando y todo va desapareciendo. Frente a ella aparece otra
puerta.
Una puerta de hierro, con remaches y completamente oxidada. Una
puerta que podría ser perfectamente la entrada a un búnker de la II Guerra
Mundial. El picaporte es una de esas manijas que tienes que girar hacia el
norte y tirar hacia a ti para abrir. Una manija de plástico negro, en perfecto
estado.